viernes, 10 de mayo de 2019

A mí madre: un gracias con un abrazo y un beso de eterno reconocimiento.


Hoy celebramos el día de la madre, un día en algunos casos de regalos, festejos, comidas familiares, visitas a cementerios, hospitales, según sea el caso. Estoy seguro que cada quien hace su plan de celebración y trata de cumplirlo; habrán algunos que para ellos no pasa nada, actúan indiferentes, no al día de las madres, sino a ese ser que les dio la vida. A ellos los veré como caso aparte. Estoy de acuerdo y comparto que no debemos celebrar el día de la madre así por así, sin qué y para qué. Comparto el no al mercantilismo de la fecha y por eso creo que el día de la madre no debe ser la celebración de un día. 
La  celebración debe ser toda la vida. Todos los días, a cada momento. Nuestros actos, respeto, valoración, trato y demás son nuestro mejor modo de celebrar a la madre.  
Por razones de la vida, desde muy joven tuve que emigrar de mi pueblo a la capital, ese momento, fue muy difícil, pero necesario, tras el fallecimiento de mi padre cuando yo era niño,  mi madre era el motor y la brújula de la familia, ella aceptó mi decisión de venirme  a la capital a trabajar, pero sufrió mucho, según supe muchos años después,  eran noches de insomnio, tristeza y lágrimas, en muchos casos en silencio, no me lo decía, para no afectarme, yo lo intuía, pero no estaba seguro.   Esa situación la rebasó y apareció una enorme depresión en ella que la tuvo mucho tiempo afectada, sin embargo, con una decisión valiente y fuerte  cambió esa realidad. Decidió ponerle fin a su sufrimiento y empezó a tomar decisiones claves,  entre ellas; terminar su primaria, estudiar cursos ocupacionales y ser integrante de grupos en la iglesia y la comunidad, eso permitió que otra realidad llegará a su vida. Pocos años después dos de mis hermanos vinieron conmigo a seguir sus estudios. El sufrimiento regresó, ahora éramos tres de los cuatro hijos lejos. Pero con hidalguía lo supo enfrentar creativamente. 
En aquel entonces no había medios de comunicación tan diversos y de acceso común, como ahora; celulares, Whatsapp, Facebook y otros. Muy pocas familias tenían línea telefónica en su residencia. Todas las semanas, recuerdo, los miércoles para ser exacto, convenimos hablar a través de una cita en una cabina de Guatel, era todo un protocolo, pero no hubo semana en muchos años que no se diera esa cita, aún cuando estuve en el extranjero estudiando.  Pasé años tramitando la autorización de una línea telefónica residencial y nada, era un verdadero calvario. Llegó el día que la aprobaron, fue de enorme tranquilidad, ahora yo acudía a una cabina de Guatel y ella desde su humilde hogar recibía mi llamada del día miércoles. Empezó la globalización a apoderarse de la región, vinieron las ventas de activos del Estado, empezaron los celulares a invadir el mercado comunicacional y adquirí con dificultades mi primer aparato celular, era una novedad, eran grandes, como un ladrillo, y la tranquilidad para llamar aumentó, ya no era una vez por semana, era más seguido. Los minutos eran caros en costo, pero era muy satisfactorio, acortar distancias  y, valía la pena,  de esa forma  estaba al día de todo lo que sucedía a su alrededor.  Ese nivel de comunicación nos ayudó a  vivir en la distancia. 
El tiempo ha pasado y  las comunicaciones se han revolucionado en forma impresionante de manera que, desde hace muchos años, la llamada diaria nunca falta, es como la medicina que cura un dolor o inyecta energía para seguir, aún estando en cualquier parte del mundo, mi madre me escucha y yo la escucho diario. Cuando la llamada no llega, a la hora acostumbrada, recibo mi respectivo regaño, mi llamada de atención y yo callado, muy obediente acepto mi falta. Eso me hace recordar, cuando niño, el respectivo chancletazo, la vara que esperaba detrás de la puerta cuando había cometido alguna falta o el cincho muy cerca de su cocina para la corrección respectiva. Los métodos de antes que fueron -sin entrar a polemizar lo correcto o no de ellos- nuestra forma de entender como debíamos comportarnos. Gracias madre, seguramente mucho de su serenidad, estrategia y aguante es la mejor herencia que he recibido de usted.  
Levanto mis manos cielo para decirle a DIOS, gracias, infinitas gracias por la mujer que me dio por madre.
Oscar H. López.
Su hijo.

1 comentario:

  1. Señor Ministro: es un honor leerle. No cabe duda que su amada madre es una gran mujer, merecedora de sus profundas palabras. Conozco parte de sus esfuerzos al frente del MINEDUC, y no hay duda que a esa talla de hijo, hubo de moldearlo desde siempre y hasta ahora el amor de una una gran madre. Mi admiración y respeto para usted. Marta Elena Toj Zacarías SINAE/Xela.

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