Hoy celebramos el día de la madre, un día en algunos casos de regalos, festejos,
comidas familiares, visitas a cementerios, hospitales, según sea el caso. Estoy
seguro que cada quien hace su plan de celebración y trata de cumplirlo; habrán
algunos que para ellos no pasa nada, actúan indiferentes, no al día de las
madres, sino a ese ser que les dio la vida. A ellos los veré como caso aparte.
Estoy de acuerdo y comparto que no debemos celebrar el día de la madre así por
así, sin qué y para qué. Comparto el no al mercantilismo de la fecha y por eso
creo que el día de la madre no debe ser la celebración de un día.
La celebración debe ser toda la vida. Todos los
días, a cada momento. Nuestros actos, respeto, valoración, trato y demás son
nuestro mejor modo de celebrar a la madre.
Por razones de la vida, desde muy joven tuve que emigrar de mi pueblo a
la capital, ese momento, fue muy difícil, pero necesario, tras el fallecimiento
de mi padre cuando yo era niño, mi madre
era el motor y la brújula de la familia, ella aceptó mi decisión de venirme a la capital a trabajar, pero sufrió mucho,
según supe muchos años después, eran
noches de insomnio, tristeza y lágrimas, en muchos casos en silencio, no me lo
decía, para no afectarme, yo lo intuía, pero no estaba seguro. Esa situación la rebasó y apareció una
enorme depresión en ella que la tuvo mucho tiempo afectada, sin embargo, con
una decisión valiente y fuerte cambió
esa realidad. Decidió ponerle fin a su sufrimiento y empezó a tomar decisiones
claves, entre ellas; terminar su
primaria, estudiar cursos ocupacionales y ser integrante de grupos en la
iglesia y la comunidad, eso permitió que otra realidad llegará a su vida. Pocos
años después dos de mis hermanos vinieron conmigo a seguir sus estudios. El
sufrimiento regresó, ahora éramos tres de los cuatro hijos lejos. Pero con
hidalguía lo supo enfrentar creativamente.
En aquel entonces no había medios de
comunicación tan diversos y de acceso común, como ahora; celulares, Whatsapp,
Facebook y otros. Muy pocas familias tenían línea telefónica en su residencia.
Todas las semanas, recuerdo, los miércoles para ser exacto, convenimos hablar a
través de una cita en una cabina de Guatel, era todo un protocolo, pero no hubo
semana en muchos años que no se diera esa cita, aún cuando estuve en el extranjero
estudiando. Pasé años tramitando la
autorización de una línea telefónica residencial y nada, era un verdadero
calvario. Llegó el día que la aprobaron, fue de enorme tranquilidad, ahora yo
acudía a una cabina de Guatel y ella desde su humilde hogar recibía mi llamada del
día miércoles. Empezó la globalización a apoderarse de la región, vinieron las
ventas de activos del Estado, empezaron los celulares a invadir el mercado
comunicacional y adquirí con dificultades mi primer aparato celular, era una
novedad, eran grandes, como un ladrillo, y la tranquilidad para llamar aumentó,
ya no era una vez por semana, era más seguido. Los minutos eran caros en costo,
pero era muy satisfactorio, acortar distancias
y, valía la pena, de esa forma estaba al día de todo lo que sucedía a su
alrededor. Ese nivel de comunicación nos
ayudó a vivir en la distancia.
El tiempo
ha pasado y las comunicaciones se han
revolucionado en forma impresionante de manera que, desde hace muchos años, la
llamada diaria nunca falta, es como la medicina que cura un dolor o inyecta
energía para seguir, aún estando en cualquier parte del mundo, mi madre me
escucha y yo la escucho diario. Cuando la llamada no llega, a la hora
acostumbrada, recibo mi respectivo regaño, mi llamada de atención y yo callado,
muy obediente acepto mi falta. Eso me hace recordar, cuando niño, el respectivo
chancletazo, la vara que esperaba detrás de la puerta cuando había cometido alguna
falta o el cincho muy cerca de su cocina para la corrección respectiva. Los
métodos de antes que fueron -sin entrar a polemizar lo correcto o no de ellos- nuestra
forma de entender como debíamos comportarnos. Gracias madre, seguramente mucho
de su serenidad, estrategia y aguante es la mejor herencia que he recibido de
usted.
Levanto mis manos cielo para
decirle a DIOS, gracias, infinitas gracias por la mujer que me dio por madre.
Oscar H. López.
Su hijo.
Señor Ministro: es un honor leerle. No cabe duda que su amada madre es una gran mujer, merecedora de sus profundas palabras. Conozco parte de sus esfuerzos al frente del MINEDUC, y no hay duda que a esa talla de hijo, hubo de moldearlo desde siempre y hasta ahora el amor de una una gran madre. Mi admiración y respeto para usted. Marta Elena Toj Zacarías SINAE/Xela.
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